martes


Seco tus lágrimas con el borde de mis dedos, con la palma de mi mano, con las uñas, con el puño de mi pullover apoliyado. Pero tus ojos parecen canillas imparables, y las lágrimas te desbordan, rebalsan los lacrimales, te salen por las pestañas, por la boca. Se te salen por los codos, y todo tu cuerpo llora en un compás de notas desafinadas y moqueras. Comprendo entonces que tus lágrimas no me pertenecen. Te dejo una caja de pañuelos tissué y me voy, deseando que vuelva el dueño de tus lágrimas.

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