sábado

De la confusión

Con la certeza de lo que se espera, se entrega.
Va de blanco para disimular el luto en su alma, y aún así, se nota en sus ojos la falta de vida.
De a poco se fue dejando matar. Uno a uno sus sueños se disiparon y abrieron paso al desamor, a la locura y a la crueldad.
De a poco, también, se deja besar, y besa. Se desnuda hasta el alma misma, y queda expuesta: desnuda de cuerpo y desnuda de alma, ya no hay nada que no se pueda saber de ella.
Con la crueldad de quien mata una ilusión, la tira en la cama. Tiembla de placer al pensar en el presente: es toda suya, lo sabe.
Tiembla de placer, también, al pensar en el mañana, cuando ella recoja sus ropas del piso, y se vaya silenciosamente después de haberlo amado hasta la médula, después de haber suplicado su perdón, después de haberse prometido la retirada, una y mil veces, para volver a caer en sus manos, que ya no transmiten amor sino odio, que ya no pueden protegerla de todos los males, que ya no la contienen, que la lastiman y la encierran en un círculo sin fin.
Sin embargo, también muere un poco por dentro. Ya no es lo que era, ya no es quién era. Otro hombre se apodera de él, y él se entrega por puro rencor.
Y en la escena ya no se entiende cuál de los dos es más miserable, ni cuál es más cruel. Quién se somete a quién, quién espera qué cosa, quién se va y quién se queda...

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